14 de agosto de 2012

A de aroma, de amistad, de agradecimiento

No os he contado (aún) que una de mis mayores alegrías es comprobar que los personajes de esta pequeña gran trama se han ido reconociendo a sí mismos en cada una de las historias que La culpa es de Milú os ha ido contando. Como se suele decir, son todos los que están, pero no están todos los que son, y eso hay que arreglarlo. Pero esta vez será más complicado. He de sumar a una mujer con la que, entre risas y lágrimas infusionadas, he descubierto que comparto mucho más de lo que a priori podría parecer. Tan sólo unas pocas pistas voy a dar, ¿conseguiré su reflejo?


Han sido pequeños pasos, pero nos han ido acercando tanto que, por fin, ni el mismísimo Popeye podría desligar el nudo. Nuestra comunidad no se limita al gusto por las cosas buenas de la vida, como el arte, la amistad o los paladares puros y originales, sino que se extiende a lo que a veces nos produce algún que otro sinsabor y los demás observan con menos entendimiento, como las inclinaciones estéticas, ciertas inquietudes político-sociales y la pasión con la que vivimos las experiencias que la vida nos ofrece. E, incluso, llega, qué bello ha sido comprobarlo, a las propias experiencias.


Secretos a medio guardar en latitas esmaltadas que esconden momentos agridulces no del todo digeridos; aromáticas confidencias a puerta cerrada que han ayudado, sin pretenderlo, a restañar viejas heridas. ¡Quién lo hubiera dicho!, dos corazones tan desiguales, unidos por tormentos tan similares. Tus escuchas, tus palabras, tu confianza y tus alientos, han sido siempre y ahora, amiga, sin reparos y sin condicionamientos. Nunca habrá suficientes muestras de agradecimiento.