18 de mayo de 2012

Mis (des)propósitos

Mi última ruptura sentimental marcó, no sé si casualmente, el inicio de una larga etapa llena de despropósitos. En lo laboral, lo personal, lo emocional... nada ha salido del todo bien, ni tampoco del todo mal, hasta ahora. El vaso se ha ido llenando de sinsabores hasta que finalmente, es lo normal, ha arribado la gota que lo ha colmado. Quizá el error haya sido ese, dejar que las cosas sucedieran sin pararme a analizarlas y, sobretodo, a analizarme. He ido dejando que ocurriera, dando por sentado que mis pocas habilidades sociales, que mis errores, mis reacciones y las acciones de quienes me rodean no eran más que algo pasajero y que no había nada bajo la epidermis. Desbordado el caudal, ha llegado el momento de adentrarse en las profundidades.

Quizá a algunos les resulte demasiado violento o algo postizo que desnude mi alma en estas líneas, pero no se me ocurrió mejor forma de hacerlo. No es por necesidad de justificarme, sino de reafirmarme en mi decisión y no me siento capaz de hacerlo ante los ojos de nadie, así es mucho más fácil.


Es el momento. Tengo que hacer un alto en el camino porque no sé adónde me lleva. Voy a meterme en la cueva para arrancarme las espinas, voy a bucearme para hallar las razones, voy a prepararme para afrontar de nuevo otra etapa del destino. Los errores, encontrarlos para intentar no volver a caer en ellos; descubrir el modo de vencer los miedos porque a estas alturas ya no se puede exigir responsabilidades a quienes me los infundaron. Están ahí, hay que superarlos. No sé cómo... quiero saberlo.

No pido perdón, pero sí. A mí misma y a quienes han de perdonarme. En este principio de autoanálisis, me viene a la cabeza una pequeña anécdota. Una madre que va a por sus hijos al colegio contiguo al de mi peque suele dejar su coche en doble fila, y no durante unos pocos minutos. Un día, veinte minutos después de la salida del colegio quise sacar mi coche pero el suyo me lo impedía. Me enfadé muchísimo con ella, le dije de todo. Pues bien, desde entonces siempre que me ve me sonríe y me saluda amablemente. Esa es la actitud.

Si me han hecho daño... ¿acaso no he hecho daño yo también? Volveré a sacar la cabeza y volverán a fallarme, volveré a fallar, pero ya no será igual. Es el momento de darle al botón.